En diciembre de 2017, la tenaz coherencia de un compañero de trabajo dio por supuesto que la decisión que había tomado yo, al respecto de un asunto ciertamente grave, delicado y trascendente, era inconveniente, equivocada y desmedida con posibles consecuencias irreversibles si seguía adelante con lo que tenía pensado (yo) desde su percepción y reflexionado desde la mía. El matiz es importante.
Yo sabía que la información que él albergaba era fuente de una inferencia, y desde una posición de empoderamiento, también era oportunamente sesgada, incompleta y debatible.
Consciente yo igualmente de que mi decisión organizada y deliberada desde la experiencia y consultada con expertos era susceptible de acoger el sesgo, le invité a sentarnos con una taza de café por medio para informarle con detalle. También le manifesté que estaba abierto escuchar más posibilidades y dentro de ellas distintas opciones.
No hubo café por medio.
A su tenaz coherencia se unió otro grupo de compañeros.
Se formó entonces un grupo que fortalecía la coherencia de la tenaz coherencia que suministraba un solo individuo.
Ha pasado más de un año sin que haya un café por medio, y el tiempo transcurrido y la observación de los hechos, evidencia que mi decisión reflexionada, estaba ajustada al contexto. Se hubiera ajustado con más precisión si su tenaz coherencia no le hubiera impedido reflexionar.
Cuando formamos una opinión sobre un asunto y le añadimos una tenaz coherencia nos evitamos el lujo de reflexionar, de escudriñar el cerebro, de hablar. Ya no es necesario aclarar lo que creemos saber ni adoptar decisiones incómodas, y sobre todo tiene el beneficio de evitar la inoportuna, inquietante e impertinente realidad.
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