A mí me ha ocurrido. Anhelamos, en algunas ocasiones, menos actividad profesional en un día de trabajo. Puede reflejarse en una expresión parecida a esta: «…me gustaría hoy, no hacer nada»

Si el anhelo se hace realidad (esperemos que sólo sea durante un día) una de las cosas que ocurre, es que tenemos una percepción del tiempo ralentizada, lenta. Esto es fácil de notar y no añade nada nuevo.

No lo es tanto, notar que al tener poca o ninguna actividad, sí hacemos muchas comprobaciones: compruebas la hora (más veces de lo normal), compruebas desde tu ventana el exterior, compruebas la temperatura, compruebas el e-mail o WhatsApp, la confirmación de tu cita (lo que tienes planificado) compruebas la luz del día o lo que te rodea y si lo piensas, puede haber cambios o no.

Al revés, cuando tenemos mucha actividad, sí pueden estar ocurriendo pocos, muchos o ningún cambio pero comprobar lo que hacemos no forma parte de la tarea.

Cuando estamos con trabajo excesivo o inmersos en una actividad, nos olvidamos de hacer comprobaciones:

«…creí haberte dicho anoche que recogieras la ropa del tendedero porque iba a llover».
«…al terminar la reunión tu compromiso era llamar al cliente».
«…juraría haber subido la ventanilla del coche».

Hacer y Comprobar es un binomio que precisa atención de forma óptima, equilibrada. Tiene múltiples ventajas aunque muchas veces, al comprobar, puedes notar que todo está bien y tener la falsa sensación de haber perdido el tiempo.

(No es motivo de enfado comprobar algo y notar el error. Es para alegrarse porque ocurren dos cosas: aprendes mejoras o añades conocimiento- y corriges -aumentas la calidad de lo que haces-)