Edward Bernays, sobrino de S. Freud, redefinió a comienzos del S.XX el consumo masivo de bienes y servicios al advertir que sentir el deseo de tener un objeto es más fácil que razonar la necesidad de adquirirlo.
Puede ver aquí, cuando tenga tiempo, el documental de la BBC El siglo del Yo.
También puede darse una vuelta por Instagram, Facebook o LinkedIn y comprobará también que Sentirnos Especiales, el «yoismo», lo ocupa todo.
Pero no solo somos seres sintientes en las redes sociales, haga un esfuerzo por participar en la próxima reunión de su comunidad de vecinos, de trabajo o familiar para comprobar qué ocurre cuando alguien opina como lo hice yo en una reunión vecinal.
Describo la situación. Atentos:
Somos doce vecinos y uno representaba a ocho imponiendo cada año su criterio sobre asuntos comunes y, harto, manifesté mi opinión al respecto:
«Esto es Venezuela,…Chavismo».
Me pidieron que retirara mis palabras. Que retirara una opinión sobre la que se podía disentir, discutir, pero resultó que únicamente era ofensiva.
¿Hemos pasado del «no estoy de acuerdo» al «me siento ofendido»?
O dicho de otra forma:
¿Cómo dialogas con un ser sintiente que piensa distinto a ti?
Argumentar «sentirse ofendido» evita la obligación de razonar. Para algunos, argumentar el desacuerdo es un fastidio, un engorro por someterse al esfuerzo de una discusión razonada.
Sam Altman, a través de Open AI aspira a una Inteligencia Artificial libre de prejuicios, segura.
Nosotros, que disponemos de la Inteligencia Racional, que todos tenemos pero no todos usamos, preferimos lo contrario: Limitarla y someterla a la validez de la comprensión emocional.
Recuerdo que sólo cuando era pequeño, en la infancia, si al correr tropezaba y me caía, los adultos comprendían que me dolía más mi «amor propio» que la rodilla sangrando.
E. Bernays sabía que sentir era más fácil que razonar, algo que de forma tribal ha derivado hoy en un disparate colectivo.
1 comentario en esta conversación