Hacemos otra «cata» en el libro de Kathryn Schulz En defensa del error para explorar acerca del «regustillo» que da tener razón.

El capítulo I comienza con esta pregunta:

¿Por qué nos gusta tener razón?

Dice la autora que a diferencia de muchos otros deleites, «tener razón» no goza de acceso directo a nuestra experiencia sensorial.

Sí gozamos directamente a través de nuestros sentidos al comer, montar en moto, observar una obra de arte o sentir una caricia.

A favor destaca que el regustillo de tener razón es innegable.

¿Por qué?

Porque ante la incomodidad que sentimos cuando participamos de algunas conversaciones, hemos aprendido -muy bien- a deshacernos de esta incomodidad yéndonos a la teoría.

Lo hacemos, generalmente, con una interpretación de la realidad.

Ejemplo: Los vecinos ahora no me saludan. Es normal,… les molesta que sea el presidente de la Comunidad.

Nos gusta tener razón y apunta la autora del libro con acierto que lo hacemos de manera inconsciente a través de la omnisciencia.

En sentido contrario, cuando advertimos que no tenemos razón durante una conversación sentimos cierta inquietud.

¿Por qué?

Porque señala de forma evidente que la información que creíamos tener es ahora incierta o incompleta.

No tener razón resulta deprimente pero hay salida.

El alivio llega si mientras conversamos, apreciamos en el contenido de la conversación detalles concretos de cuestiones específicas que permiten que la conversación se mantenga y avance.

Desde un punto de vista ecológico se trata de aprender a conversar con los que piensan distinto a nosotros.

Y para ponerlo fácil, no se trata de buscar un punto en común sino de que los conversadores tomen conciencia de sus puntos de vista.

En resumen: enfatizar la conversación en vez de a los conversadores.

Otro post sobre el libro de K. Schulz, en este enlace  En defensa del error (I)