En este post nos centraremos en «etiquetas y justificaciones». 

Justificaciones: Cuando algo no funciona preferimos una explicación a lo que ocurre a no tener nada.

En una conversación entre varios amigos, alguien comentó que padecía vómitos con bastante frecuencia al rato de comer. Nos explicó que tenía que ver con un mecanismo anómalo de su vesícula, un «trastorno del tracto biliar». Así llevaba años y ya estaba acostumbrado, decía. Le pregunté si pensaba operarse. El concluyó la conversación apelando a la explicación:

…no pasa nada es «un trastorno del tracto biliar».

Nos sentimos bien cuando tenemos una explicación para algo, pero quedarnos sólo con la explicación nos impide hacer algo distinto o mejor. Las explicaciones apoyan lo que hacemos aun siendo el resultado infructuoso y lo peor, es que impiden abordar un cambio.

Etiquetas: Las etiquetas (ponerle nombre a las cosas) son útiles porque simplifican la comprensión de esas mismas cosas. También sería bueno notar que esa simplificación trae problemas.


Después de una reunión de trabajo una persona (A) me dijo sobre otra (B) que era «tímida». Le pregunté a A ¿por qué? y me dijo que durante la reunión, B estuvo sentado sin moverse, no habló ni hizo preguntas.

Probablemente Ud. ya se habrá dado cuenta del error de A. Es poco certero describir todas las experiencias que tiene A en la palabra TIMIDEZ. Es una ilusión que creamos a través de nuestras simplificaciones e incompletos resúmenes mentales.

Resulta difícil no caer en el error porque como decíamos al principio preferimos una explicación antes que nada.

Necesitamos agrupar, simplificar y generalizar, procesos que no excluyen darse cuenta de ello para hacer algo útil al respecto, por ejemplo un cambio en la manera de evaluar el entorno.