Hacemos otra cata en el libro Compórtate de R. Sapolsky sobre la influencia del grupo en la sociedad.

Cuenta Sapolsky que un investigador sociológico se infiltró entre el público de un estadio de fútbol simulando resbalar por las escaleras lesionando su tobillo:

¿Le ayudó alguien? Si llevaba la camiseta del equipo local recibía más ayuda que cuando llevaba una camiseta neutral o del equipo contrario.

Lo anterior hace referencia al «efecto espectador». Se produce cuando ante una situación no peligrosa sí difícil, el precio de que sólo una persona entre muchas preste su ayuda es la incomodidad.

Preferimos la comodidad de no hacer nada.

Terminamos con la teoría de K. Keizar de la universidad de Holanda que quiso comprobar la propensión de la gente a transgredir ciertas normas.

Aquí va el ejemplo de cómo transgredimos una norma básica:

Efectos como dejar la basura en el suelo en vez de en el cubo se duplicaban si la calle estaba llena de grafitis y sucia.

Nos justificamos en silencio pensando «todo el mundo lo hace».

Y es que tampoco basta con sentirnos mayoritariamente confusos cuando «miramos para otro lado» ante situaciones que no encajan pero que por su recurrencia las hemos asumido como rutina.

En un mundo de supuestas certezas la confusión debería obligarnos a repensar la indiferencia con la que respondemos.

Si como grupo somos influidos también podemos influir en él. No somos completamente irracionales. Faltan conversaciones.

Tampoco deberíamos ser tan permisivos con nosotros mismos ni mimetizarnos en el entorno.

Pero no todo está mal. Suele ser sólo una parte de lo que hacemos, un poquito de desarmonía, cosas pequeñas, situaciones específicas en las que es posible participar y dejar de ser espectadores: Involucrarnos.

no somos perfectos, por eso necesitamos saber qué hacemos, cómo y por qué, para hacer cambios, para que no todo siga (siempre) igual.